4.11.08

Mi Ego Desnudo


Próximamente autoexperimentando.
He aquí los avances:

































































29.7.08

Para los que amé y me amaron


Cuando me haya ido, despréndete de mí y déjame ir. Tengo tantas cosas que ver y hacer, no debes atarme a tus lágrimas.
Sé feliz.
Tuvimos tantos años juntos, y yo te dí mi amor. Sólo tú podrás tratar de adivinar cuánta felicidad me diste.
Pero ahora es tiempo de que yo viaje sola.
Así que, si te sientes triste por mí, hazlo por un rato y nada más. Después, que tu tristeza se convierta en confianza y fé. Es sólo por un momento que vamos a estar separados, así que bendice los recuerdos que haya en tu corazón.
Yo no estaré lejos por que la vida continúa. Y si me necesitas, llámame y yo vendré. Aunque no me podrás ver ni tocar, yo estaré cerca. Y si oyes en tu corazón, escucharás a tu alrededor, muy suave y muy claramente mi amor. Luego, cuando te toque venir por este mismo camino, yo saldré a recibirte con una sonrisa y a darte la bienvenida a tu casa.

Alejandra Sánchez Carreto (1983-2008)

15.7.08

Regalo de navidad





A mi gemela astral.

Nacieron en la misma semana bajo el signo de Aries.
Al haber pasado ya seis días sin tener noticia del nuevo miembro de la familia, Layla se pensó triunfadora; sin embargo, al notar la algarabía que provocaba cierto suceso desconocido hasta el momento, supo que era momento de actuar. A Caila no le gustó saber que alguien se le había adelantado y como acto de aparición se puso tan azul como una mora. Layla, quien hasta ese momento era flaca, decidió doblar su tamaño, dando inicio a una cadena de acontecimientos que las harían parecer una doble amenaza latente, disfrazada de ternura indefensa.
Desde esa edad, las diferencias fueron evidentes: si Layla carecía de cabello, Caila lo tenía en exceso, si Caila tenía cara de monito, Layla la tenía de muñeca. Entonces ¿por qué la gente al verlas, irremediablemente preguntaba: “¿son gemelas?”. Eso era algo desconcertante y extraño.
El efecto de su corrosión se desató cuando fueron admitidas al kinder. Inmediatamente se volvieron cómplices al robar los dulces de otros niños y esconderlos bajo las calcetas fingiendo una curación de una “delicada” operación. En el recreo, se sumergían en el bote de juguetes y tomaban uno al azar. Al encontrarse fuera se percataban, una vez más, que si Layla tenía un ring, Caila tenía un luchador en la mano. Esto era un simple “auto examen”, puesto que una vez que constataban el poder de su conexión, cogían dos bolsas, de esas que usaba la gente grande, y corrían a treparse en la barda que tanto les gustaba.
Sus madres debían preocuparse cada vez que desaparecían juntas: siempre jugaban al “doctor” escondidas en el clóset. Un día habían logrado que el pequeño hermano de Caila metiera la cabeza bajo el colchón, saltando inmediatamente sobre él para tratar de asfixiarlo, mordiéndose el labio inferior y esbozando una leve sonrisa, mirándose la una a la otra para llegar a un acuerdo de cuándo debían parar.
“Son un amor” decían todos al verlas en su batita de cuadros blancos y rojos, o cuando las veían bailar con sus trajes hawaianos, haciendo movimientos con absoluta seguridad, siempre pendientes de su postura de divas. En realidad sus padres también pensaban que eran adorables, pero sabían que en su mirada había algo insano, y a decir verdad, si algún día lo hubiesen confesado, les tenían miedo. Luchaban por obtener un triunfo con fanfarrias, reconocimiento público y premio, pero si éste no lo obtenía una, entonces se coludían y buscaban el acontecimiento que las llevara a ser heroínas a ambas.
Un día se encontraban en el “hoyo” como decía su abuela, aburridas de ver gente desnuda, gorda y antiestética invadiendo su panorama. “No me tardo” les dijo doña Marielena y desapareció en el Temazcal. Fue entonces cuando decidieron que el día necesitaba un poco de acción, y de nuevo, ahí estaba su hermano, como blanco perfecto, que inocente, jugaba junto a las tinas. Ellas no necesitaban hablar, así que el plan funcionó tal cual se había cocinado en sus mentes: mientras Caila saltaba al agua para jalar desde ahí a su hermano, Layla esperaba desde afuera. Dentro de la tina su primo abría los ojos e intentaba zafarse con desesperación. Unos segundos debían sonar en el cronómetro interno para dar comienzo el show. Layla gritó: “¡mi primo no sabe nadaaar!”, mientras Caila soltaba a su hermano y se sumergía al agua para empujarlo a la superficie. De inmediato Layla se arrodilló para tirar de él. La abuela moría de vergüenza cuando los presentes le reprochaban el haber dejado a sus nietos solos en un lugar tan peligroso, mientras Layla y Caila lo sostenían, una a cada lado del ahogado, recibiendo con aparente indiferencia toda adulación de la que se habían hecho merecedoras. Cuando el chiquillo quiso hablar del incidente, ellas intervinieron.
- Te caíste tonto, y nosotras te salvamos.
- Nos debes la vida.
Nadie pudo contrariarlas.

A partir de entonces comprendieron que valía más trabajar juntas que seguir compitiendo. Ahora eran socias, cómplices, un equipo. Sin embargo esto les traería dificultades al entrar a la preparatoria. Los compañeros las veían sentadas en una banca, sin hablar, haciendo alguna seña ocasional, tras la cual soltaban una simultánea carcajada, que desaparecía tras el semblante inexpresivo con el que se vestían para asistir a esos lugares. En las clases se desvivían por exponer, guiando sus elocuentes intervenciones hacia un contenido sexual que estallaba en risotadas y acababa con el orden.

Regalo de navidad (2a Parte: La venganza)

El fin de cursos llegó y como alumnas destacadas, cada una tuvo su oportunidad de dar su propio mensaje de despedida. Pese a que el discurso fue revisado una y otra vez por los profesores, al final Layla decidió que no era lo suficientemente bueno. Siempre le gustó el “performance” y tenía el presentimiento de que esta era una ocasión para cerrar con broche de oro. Su voz inundó el jardín con una canción en una lengua inventada por ellas; la letra decía que ella no era frígida, ni lesbiana y que algún día todos le besarían los pies, por que ella era su padre, “miren sus caras de estúpidos por que no entienden ni madres”. Los presentes sabían que Layla había sido el más alto promedio de la generación, así que creyeron que su inteligencia la había llevado a hablar en algún dialecto o lengua muerta, y escucharon atentos.

Caila desde su lugar casi se orina de la risa, es más, cuando terminó y todos aplaudieron, ella se calló de la silla; ni siquiera pudo dar su mensaje, pero ¿qué más daba?, todo estaba dicho. Sin embargo, este incidente marcaría el final de su trayectoria como alpha y omega, en donde una no era sin la otra. Layla estudiaría medicina en Tijuana y Caila Música en Yucatán. Durante siete años tuvieron escaso contacto, sintiéndose de polo a polo, salvo por esporádicas reuniones familiares.

Un día Caila llegó a su cuarto en casa de sus padres y encontró una desagradable sorpresa. Fify, quien había sido sacada de un congal por su hermano, leía su diario. ¿Cómo se atrevía esa trepadora a profanar su santuario? Cuando su cuñada se percató de que había sido descubierta, cerró el libro y lo colocó en su lugar. Se quedó quieta sin saber qué decir. Su error más grave fue mostrar una sonrisa lujuriosa, que prendió a Caila, quien la acorraló.
- ¿Qué haces aquí?
- Nada - contestó con voz mustia.
- No te hagas pendeja, ¿qué es lo que te causa tanta risa? ¡Habla ya!
- Nada, de verads (hablaba así por que padecía el mal de Marthita Sahagún de Fox).
Entonces Caila no pudo más y la abofeteó, casi no podía creerlo, pero lo volvió a hacer por que ella no quitaba la sonrisa de su cara. Layla entró a casa de sus tíos y luego al cuarto de Caila momento que su prima soltaba otro golpe.
- ¡No le pegues! – gritó. Entonces Caila, llorosa, narró los hechos.
- ¡Lárgate y no vuelvas a tomar lo que no entiendes!
La oportunidad de venganza debía llegar, eso lo sabían, y por vez primera aguardaron con paciencia, quizá por que presentían que iba a ser muy pronto.

El día de Navidad se presentó como una canción no escuchada hace tiempo; traía dulces remembranzas de otras épocas y en el aire flotaba el olor de lo que sabían, estaba por venir. La figura más venerada en la familia estaba cenando en la cabecera de la mesa, cuando narró un episodio de su vida. Fify escuchaba con falso interés, amenizando con la música del tronar de su boca cada vez que dejaba ver un pedazo de guajolote dentro de ella, o interrumpiendo con las ventiscas que debía absorber cuando se enchiló con los chipotles rellenos. Caila y Layla sabían lo vulnerable que debía sentirse sin su gemela fraterna, teniendo enfrente a dos gemelas astrales que la estudiaban muy cuidadosamente. Lo que avivó los ánimos fue que la muy confianzuda se atrevió a llamar “tío” al abuelo, e hizo un comentario estúpido acerca de la reciente narración. De inmediato supieron que esa era la señal.
La cena transcurrió, y cuando unos abrían regalos y otros bailaban, ellas, sentadas en la sala circular, cual acostumbraban estar en las bancas de la prepa, esperaban. El ímpetu de Caila por dar paso a lo desconocido, hizo que surgiera una idea.
- Te apuesto que a mi cuñada la llamo y viene por que está segura de que haremos las pases.
- Estás loca, después de la madriza que le pusiste no se te acerca ni aunque le dieras otra.
- ¡Hey Fify! ¡Me faltó darte tu regalo! – y tomando una caja al azar del árbol de navidad, Caila se levantó, dió un paso al frente y puso cara de arrepentimiento. Fify, con franca sorpresa en el semblante dejó a un lado su ponche y se aproximó a tomar la caja. Muchos en la casa centraron su atención en el suceso, pues sabían de los antecedentes y no podían creerlo. Ya cerca de Caila, sucedió lo esperado: ésta arrojaba la caja al piso y gritaba: “¡recógela del suelo, perra!”.
El estruendo de la risa fue aterrador. Una vez más Layla y Caila rebasaban los límites de su propia imaginación al imponerle nuevos retos a su osadía.
- Felíz Navidad prima, este es tu regalo – y cerraron la noche con un fuerte abrazo.

23 de Diciembre del 2005

Agún día seremos gallinas


Qué cosa más ridícula era eso de poner nubecitas en el techo de un w.c., sobretodo tratándose de un lugar así, que nada tenía de etéreo. Nunca me he distinguido de mis cuates por ser precisamente el más “machín”, pero no importaba, por que estaba seguro de que ellos opinarían lo mismo que yo. Este detalle me causó tanta risa que por poco me meo. La verdad es que a esas alturas de la noche ya todo me causaba risa.
¿Qué hacía viendo el techo?, sólo sé que al bajar la mirada, todas las cosas adquirieron aún más movimiento del que ya tenían. Quise sostenerme, pero las puertas del baño eran abatibles, como las de las cantinas, sólo logré apoyarme de la pared hacia dónde me lanzó. Ya varias veces habían llegado mis compañeros a preguntar si todo estaba bien, y como les había gritado que se largaran, éstos optaron por dejarme solo.
Aún no comprendo cuál había sido el motivo por el cual llegué a tal estado de ebriedad. Recuerdo que casi me guacareo cuando entré al baño del “Leviatán, musica&chelas”. Chale. ¿A quien se le ocurría tener un baño mixto? Por supuesto que no tengo nada en contra de las mujeres, mis respetos; pero ahí parecía que habían asesinado a alguien. No mam… En ese instante me arrepentí de no haber ido a tirar el kilo en uno de esos terrenos del camino, total, estaba oscuro y nadie me iba a ver. El caso es que intenté jalar la palanca con un pie, pero no había agua. ¡Claro! ¿Qué podía esperarse de ese pueblo? No tenía tiempo de poner papel alrededor de la taza. Yo empezaba a sudar y mi corazón a latir más rápido. Así que no tuve más remedio y lo hice. Nunca pensé lo difícil que sería cagar a una bolsa del súper. Sé lo que dirían los muchachos, que soy un maricón, pero era preferible eso a saber de qué enfermedad me podía contagiar.

A pesar de ser un lugar oscuro, salvo por unas cuantas luces, al salir del baño sentía que me miraban, como cuando hiciste algo malo y crees que todo mundo lo sabe. Me costó trabajo ubicar a la banda a través de ese humo azul. Al estar junto a ellos descubrí que no sólo me miraban a mí, sino a todos nosotros. Supuse que la gente del lugar no había visto a alguien con tantas perforaciones, o posiblemente les resultaba atractiva nuestra forma de vestir. Esto último volvía a apenarme, pues con cada mirada me reprochaba a mi mismo el vestir así y haber tenido la delicadeza de cagar en una bolsa del oxxo. Poco a poco salí del bochorno y comencé a considerarme popular. Pensé que podía exaltar mi condición de celebridad, así que pedí vino en lugar de cerveza. Segurito esos gandayas se iban a burlar de mí, pero para mi sorpresa hicieron caso omiso de mi ocurrencia. Ciertamente su orgullo no les dejó aceptar que era una magnífica idea y por eso pidieron chelas. El naco del mesero me trajo algo así como la sidra de los quince años de su prima, pero para darle chance no le dije nada y me la empecé a tomar.

Algún día seremos gallinas (continuación)


A un lado de nuestra mesa había un bigotón que no dejaba de contemplarme y me estaba poniendo nervioso por que no sabía si intentaba seducirme o le inspiraba admiración. A su lado una mujer un poco gorda le metía la mano en la camisa y le acariciaba el peluche. ¡Qué horror tener así el pecho!
Al volver a concentrarme en nuestra mesa la tentación de las chelas se apoderó de mí, de tal modo que dejé la copa y me decidí por éstas últimas. La música del grupo que estaba tocando era regular, me seguía pareciendo mejor la nuestra. El vocalista tenía los ojos delineados y verdes, y un cabello lacio que continuamente acomodaba tras la oreja con esos dedos delgados de uñas largas. El público hacía su mayor esfuerzo por comprender lo que cantaban o al menos intentaban seguir el ritmo de la canción fingiendo que les gustaba. Pobres. No saben lo que es el rock, pero nosotros los íbamos a prender y entonces sí todos iban a estar en la pista y no aplastados cuchicheándose. Justo al pensar en esto me descubrí haciendo movimientos torpes y riendo estúpidamente, pero me valió y continué chupando. En el momento en que tuve la necesidad de ir a firmar, estaba decidido a no mostrarle a nadie mi estado. Una vez en el baño y después de lo de las nubecitas, se apoderó de mi el asco y la imposibilidad de vomitar. Ignoro el tiempo que estuve allí. Hasta se me olvidó que íbamos a tocar y que yo era el del Bajo. Incluso al estar justo sobre el excusado comencé a sentirme con súper poderes: sólo de mirar el agua en su interior creía que giraba con todo y cadáveres, y no se trataba de eso, sino que me era imposible enfocar un solo punto.
Eso estaba pensando cuando escuché un sonido que me era familiar. Alcancé a ver sólo un fragmento de sus botas través de las rendijas, por que ni siquiera pidió permiso para entrar. Sus ojos me recriminaban el haberme puesto así en un día tan especial. A él le debíamos esta primera oportunidad y ahora lo había defraudado. Quise articular una frase, pero no me dió tiempo.
- Voltéate –, gritó.
Le obedecí al instante, pero mi cargo de conciencia decidió que debía disculparme.
- bbrrdóname blflamas brlgg –, supliqué al mismo tiempo que vomitaba. Tal era su furia que parecía estar dispuesto a sacarme las tripas. Al mismo tiempo que me apretaba, la posición en la que nos encontrábamos y mi pecaminosa mente provocaron una excitación en mi cuerpo. Caí en el suelo deslizándome por la pared sintiendo que acababa de parir triates.
- Y ahora vas a salir y te vas a aplastar en la mesa, y créeme que nunca te voy a perdonar si lo arruinas todo hoy.

Algún día seremos gallinas (final)




Después de estar sentado lo que me parecieron horas, finalmente nos anunciaron. La gente se aburría y algunos comenzaban a irse. Creo que los únicos que estaban atentos eran los del grupo anterior. Desde allí pude percatarme de un dato que me causó curiosidad: todos los señores cargaban pistola, hasta el dueño del lugar tenía una. Yo tocaba por inercia, me sentía como anestesiado. Desperté cuando una voz de macho gritó:
- ¡Ese guey es putoooo!
Automáticamente aventé el Bajo y corrí hacia la puerta. Pensé que alguien sabía lo de la bolsa o que nos habían visto al Flamas y a mí en el baño.
Afuera, recargado en un árbol estaba Damián fajoteando con su novia.
- ¡Prende el carro que me quieren matar! –
- ¿Y las cosas? ¿Las vamos a dejar? – Me preguntó muy angustiado. No esperó respuesta, supongo que por que se escucharon balazos. Subió a su novia al coche y lo encendió; yo abrí la puerta y me acosté en el asiento trasero. Los chavos venían corriendo tras de mí. Sólo el Flamas que era panzón y lento, tuvo que arrojarse por la ventana con el carro ya en marcha. Afortunadamente la polvareda que se levantó les impidió a los pistoleros atinarnos.
Cuando salimos del pueblo y estuvimos seguros de que no iban a seguirnos, se hizo un gran silencio dentro del carro. No sé si fue por sueño, tal vez la impresión o el miedo, pero nadie se atrevió a hablar. Quizá intentaban explicarse por qué también ellos habían salido corriendo y no encontraban la justificación.
Hoy, meses después del incidente, descubrí que en realidad no se referían a mí, si no al cuate de los ojos delineados que había torteado a un mesero.
Nuestro grupo aún vive y no hemos perdido la fé, por que como les dije a los chavos esa noche: “algún día seremos gallinas y nos chuparán los huevos”.

10.7.08

¿Qué nos pasó?




El día de ayer un amigo me mandó un link para checar las bases de un concurso acerca del maltrato a los animales. Yo hice click e inmediatamente se inició un video. Si bien siempre he sido fan de la fauna y defensora de los animales, nunca creí que el ver a un animal atropellado, una pelea de gallos o ver una corrida de toros, sería música para mis ojos, comparado con lo que ví en ese video. Las imágenes de animales que son mutilados por mero placer, metidos en bolsas plásticas mientras se cocinan en cazos que hierven, desollados vivos. Sé que todos preguntarán: "¿para qué te quedaste mirando?" y estarán seguros de que fuí movida por mi morbo. Déjenme decirles que el video inicia con unos cachorros jugando en un campo esmeralda para contrastar con las imágenes anteriormente narradas. Fueron sólo segundos. Segundos en los que me bastó para avergonzarme al jactarme de ser "humana". Segundos que fueron suficientes para crearme una crisis, en donde mis manos temblorosas buscaban el sitio de algún video que alguna vez me hubiera causado hilaridad. Mi gatita suele abrir sus ojos verdes cuando tiene miedo, pero nunca había visto una cara de pánico en un felino, ni la cara de devastación en un cachorrito que ya no quiere vivir, y a la vez, esos gestos me parecieron tan humanos que me perdí llorando. Lloré en un estado de desesperación, de dolor, de impotencia. Lloré como si en ese momento alguien clavara una navajas por todo mi cuerpo. Lloré como si me hubieran dado la peor noticia de mi vida. Lloré para quitarme esas imágenes de la mente. Deseé nunca haberlas visto. Al reencontrarme, caí en la cuenta de que aunque no las vea, existen.

¿Cuántos de nuestros vecinos o nosortos mismos mandamos a nuestros perros a la azotea? Yo solía enfrentarme a mi vecina que solía golpear a su perro hasta que emitía sonidos desgarradores de dolor. En nuestra vida diaria, existen los Atencos, las Lidyas Cacho, las Ernestinas Ascencio, los News Divines, ¿qué mas daría actuar con ese sentimiento de seres "superiores" ante los animales, que no pueden defenderse? Y como estos casos, una infinidad. Lo preocupante es que un asesino inicia siendo cruel con lo que tiene a la mano: la mascota.

Sé que cada quien lucha por sus causas y yo no les pido que la mía sea la suya. Varias veces he deseado ser madre, pero este deseo queda reprimido con el terror que me causa la realidad. Pero quiero invitar a los papás de Omarcito, Sam, Leo, Edna, Sofi, y a los que seguramente pronto serán papás y mamás, a hacer un compromiso con nuestros hijos. Yo prefiero una y mil veces (y Dios sabe que es cierto) que mi hijo sea una persona humilde a que sea adinerado y pague por videos snuf o por la primera fila en las corridas de toros. Quiero sentirme orgullosa por SIEMPRE de que sea fruto de mis entrañas, y no mil veces ASQUEADA de haberlo parido.

¿En dónde nos perdimos?

¿Qué nos pasó? ;(

6.7.08

Nada de llanto, sólo risas...




Has sido excéntrica hasta el final. Nos llevaste en una kilométrica y llamativa caravana siguiéndote a través de Atlixco, mientras tú, escapabas en una camioneta roja para dar un paseo con el novio que tanto te ama. Después de pasar un rato a solas, se despidieron con un beso. Parecías una princesa, rodeada de todo lo verde, arropada en nubes y arrullada por pajaritos. Tu castillo se formó de cientos de rosas blancas y otras flores que con su perfume formarán una esfera para que tu esencia continúe intacta. Se me ocurre pensar que la belleza que siempre contagiaste a todos los que fuimos cercanos a tí, en este momento te es devuelta.
Me dió gusto encontrarte aquella noche y bailar un ratito en ese antro. Aunque lucías cansada, sé que tus últimos días los viviste con plenitud, y que tu desición de apostarle a tu calidad de vida, en lugar de continuar con un tratamiento que te mataba más y que no te ofrecía garantía alguna, fué la acertada. Eres mi gran ejemplo de sabiduría al aceptar las cosas que tiene la vida y al vivirla con coraje y alegría.
Hoy es el último día que te ví físicamente, pero eso no me entristece, pues los cientos de personas que te acompañamos, somos tu pase a la inmortalidad. De mi parte no hubo llanto, sólo una tierna sonrisa llegó a mí al mirarte dormidita, tan hermosa como siempre lo serás. Acompáñame Hannita, mi amiguita de la infancia, sé mi inspiración para enfrentar la vida con decisión, como tú lo has hecho.