15.7.08

Algún día seremos gallinas (final)




Después de estar sentado lo que me parecieron horas, finalmente nos anunciaron. La gente se aburría y algunos comenzaban a irse. Creo que los únicos que estaban atentos eran los del grupo anterior. Desde allí pude percatarme de un dato que me causó curiosidad: todos los señores cargaban pistola, hasta el dueño del lugar tenía una. Yo tocaba por inercia, me sentía como anestesiado. Desperté cuando una voz de macho gritó:
- ¡Ese guey es putoooo!
Automáticamente aventé el Bajo y corrí hacia la puerta. Pensé que alguien sabía lo de la bolsa o que nos habían visto al Flamas y a mí en el baño.
Afuera, recargado en un árbol estaba Damián fajoteando con su novia.
- ¡Prende el carro que me quieren matar! –
- ¿Y las cosas? ¿Las vamos a dejar? – Me preguntó muy angustiado. No esperó respuesta, supongo que por que se escucharon balazos. Subió a su novia al coche y lo encendió; yo abrí la puerta y me acosté en el asiento trasero. Los chavos venían corriendo tras de mí. Sólo el Flamas que era panzón y lento, tuvo que arrojarse por la ventana con el carro ya en marcha. Afortunadamente la polvareda que se levantó les impidió a los pistoleros atinarnos.
Cuando salimos del pueblo y estuvimos seguros de que no iban a seguirnos, se hizo un gran silencio dentro del carro. No sé si fue por sueño, tal vez la impresión o el miedo, pero nadie se atrevió a hablar. Quizá intentaban explicarse por qué también ellos habían salido corriendo y no encontraban la justificación.
Hoy, meses después del incidente, descubrí que en realidad no se referían a mí, si no al cuate de los ojos delineados que había torteado a un mesero.
Nuestro grupo aún vive y no hemos perdido la fé, por que como les dije a los chavos esa noche: “algún día seremos gallinas y nos chuparán los huevos”.

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