15.7.08

Regalo de navidad (2a Parte: La venganza)

El fin de cursos llegó y como alumnas destacadas, cada una tuvo su oportunidad de dar su propio mensaje de despedida. Pese a que el discurso fue revisado una y otra vez por los profesores, al final Layla decidió que no era lo suficientemente bueno. Siempre le gustó el “performance” y tenía el presentimiento de que esta era una ocasión para cerrar con broche de oro. Su voz inundó el jardín con una canción en una lengua inventada por ellas; la letra decía que ella no era frígida, ni lesbiana y que algún día todos le besarían los pies, por que ella era su padre, “miren sus caras de estúpidos por que no entienden ni madres”. Los presentes sabían que Layla había sido el más alto promedio de la generación, así que creyeron que su inteligencia la había llevado a hablar en algún dialecto o lengua muerta, y escucharon atentos.

Caila desde su lugar casi se orina de la risa, es más, cuando terminó y todos aplaudieron, ella se calló de la silla; ni siquiera pudo dar su mensaje, pero ¿qué más daba?, todo estaba dicho. Sin embargo, este incidente marcaría el final de su trayectoria como alpha y omega, en donde una no era sin la otra. Layla estudiaría medicina en Tijuana y Caila Música en Yucatán. Durante siete años tuvieron escaso contacto, sintiéndose de polo a polo, salvo por esporádicas reuniones familiares.

Un día Caila llegó a su cuarto en casa de sus padres y encontró una desagradable sorpresa. Fify, quien había sido sacada de un congal por su hermano, leía su diario. ¿Cómo se atrevía esa trepadora a profanar su santuario? Cuando su cuñada se percató de que había sido descubierta, cerró el libro y lo colocó en su lugar. Se quedó quieta sin saber qué decir. Su error más grave fue mostrar una sonrisa lujuriosa, que prendió a Caila, quien la acorraló.
- ¿Qué haces aquí?
- Nada - contestó con voz mustia.
- No te hagas pendeja, ¿qué es lo que te causa tanta risa? ¡Habla ya!
- Nada, de verads (hablaba así por que padecía el mal de Marthita Sahagún de Fox).
Entonces Caila no pudo más y la abofeteó, casi no podía creerlo, pero lo volvió a hacer por que ella no quitaba la sonrisa de su cara. Layla entró a casa de sus tíos y luego al cuarto de Caila momento que su prima soltaba otro golpe.
- ¡No le pegues! – gritó. Entonces Caila, llorosa, narró los hechos.
- ¡Lárgate y no vuelvas a tomar lo que no entiendes!
La oportunidad de venganza debía llegar, eso lo sabían, y por vez primera aguardaron con paciencia, quizá por que presentían que iba a ser muy pronto.

El día de Navidad se presentó como una canción no escuchada hace tiempo; traía dulces remembranzas de otras épocas y en el aire flotaba el olor de lo que sabían, estaba por venir. La figura más venerada en la familia estaba cenando en la cabecera de la mesa, cuando narró un episodio de su vida. Fify escuchaba con falso interés, amenizando con la música del tronar de su boca cada vez que dejaba ver un pedazo de guajolote dentro de ella, o interrumpiendo con las ventiscas que debía absorber cuando se enchiló con los chipotles rellenos. Caila y Layla sabían lo vulnerable que debía sentirse sin su gemela fraterna, teniendo enfrente a dos gemelas astrales que la estudiaban muy cuidadosamente. Lo que avivó los ánimos fue que la muy confianzuda se atrevió a llamar “tío” al abuelo, e hizo un comentario estúpido acerca de la reciente narración. De inmediato supieron que esa era la señal.
La cena transcurrió, y cuando unos abrían regalos y otros bailaban, ellas, sentadas en la sala circular, cual acostumbraban estar en las bancas de la prepa, esperaban. El ímpetu de Caila por dar paso a lo desconocido, hizo que surgiera una idea.
- Te apuesto que a mi cuñada la llamo y viene por que está segura de que haremos las pases.
- Estás loca, después de la madriza que le pusiste no se te acerca ni aunque le dieras otra.
- ¡Hey Fify! ¡Me faltó darte tu regalo! – y tomando una caja al azar del árbol de navidad, Caila se levantó, dió un paso al frente y puso cara de arrepentimiento. Fify, con franca sorpresa en el semblante dejó a un lado su ponche y se aproximó a tomar la caja. Muchos en la casa centraron su atención en el suceso, pues sabían de los antecedentes y no podían creerlo. Ya cerca de Caila, sucedió lo esperado: ésta arrojaba la caja al piso y gritaba: “¡recógela del suelo, perra!”.
El estruendo de la risa fue aterrador. Una vez más Layla y Caila rebasaban los límites de su propia imaginación al imponerle nuevos retos a su osadía.
- Felíz Navidad prima, este es tu regalo – y cerraron la noche con un fuerte abrazo.

23 de Diciembre del 2005

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