6.4.09

Gracias por venir a mi fiesta (segunda parte)

Teníamos un acuerdo: él checaría si venía alguien a mis espaldas y yo a las de él, pero ya entrados ni nos importó quien viniera. En el momento menos planeado, abrí los ojos y vi la carota de su madre que se aproximaba a nosotros. Yo no sabía si decirle, pues tenía miedo de que se repitiera lo de Teotihuacan. Él estaba muy inspirado. Yo no hubiera tenido corazón para hablar, de no ser por que pensé: “si nos descubren, nos casan”, y no tuve remedio.

- “¡Pollo, tu mamá!”

Sorprendentemente, esta vez sólo arrugó la cara, soltó un grito leve y se largó intentando subirse el “chor” mientras corría. Su mamá que estaba medio cegatona, miró alrededor con ceño fruncido y se fue. Me enojé tanto de que me hubiera dejado ahí, que le dije que por nada del mundo lo iba a volver a buscar.

Aún no sabía la sorpresa que el destino tenía preparada para mí.

Si brincamos la parte en donde me partieron la madre, y luego se la partieron a Gustavo, y luego nos la partieron a los dos juntos, digamos que llegó el día de la boda.

Mis hermanas me repitieron una y mil veces que era una puerca, y mis papás juraban estar felices de que ese fuera el último día en que me quedaba en su casa. Ayudaban a pintarme las uñas en medio de un silencio garrafal. Se hablaban con susurros y esporádicamente se escuchaban algunos suspiros. A lo lejos, mi madre se sonaba los mocos para después regresar a jalonearme las greñas, haciendo como que me peinaba. ¿Quién iba a pensar que su esfuerzo sería en vano?

Se acercaban las doce horas y ese hijo de la chingada no me hablaba.

Comencé a preocuparme. Al menos podría haber llamado y saber si todo estaba bien, pero eso no sucedió, así que movida por un extraño presentimiento, salí a la calle a buscarlo. No sabía ni por dónde comenzar. Obviamente en su casa no me podía aparecer por que me arriesgaba a ser linchada por la bruja de su madre, así que me dirigí al billar, a la cantina, al parque y nada. Vi a uno de sus primos saludarme a lo lejos, pero al quererme acercar me hizo señas de “ahorita nos vemos” y se fue. Yo pensé: “si su primo piensa que lo del casorio sigue en pie, es por que él no le ha dicho que ya se rajó”, y sentí un ligero alivio. Sonaron las campanas de la iglesia anunciando las doce y media. Las personas en la calle me miraban de forma extraña, y yo me sentía de lo más ridícula, peinada con bucles y vestida de pants, con una playera estiradísima que amenazaba con rasgarse. Yo no sabía cómo, pero estas vergüenzas no iban a ser gratuitas y este individuo se casaba conmigo a como diera lugar.

Mi sexto sentido me indicó subir a un lugar que le decían “El Mirador”, desde donde se apreciaba gran parte del pueblo, para ver si desde ahí ubicaba su inigualable golf rosa pantera. Al acercarme al lugar, miré su carro estacionado y lo busqué alrededor. Mis ojos se detuvieron al momento en que él abrazaba a Cheto, y justo cuando empezaba a creer que se estaba despidiendo de su vida de soltero, mis ojos presenciaron el espectáculo más desilusionador que jamás esperé: los muy putitos se daban un beso, ¡un beso!

- ¡Pinche Pollo! ¿Cómo pudiste hacerme esto?
-
Al instante soltó la mano de Cheto y comenzó a justificarse, diciendo que no tenía nada de malo por que él era su “brother”, y que así como conmigo, con él también tenía un pacto y que no tenía nada de malo.
Pensé en caparlo, pero no tenía con qué.

Si creía que haberlo encontrado besando a un hombre era lo peor, estaba muy equivocada. La pesadilla apenas iniciaba.

Corrí lo más que pude. En el trayecto a mi casa, se agolpaban en mi mente los recuerdos y las respuestas a todos mis “porqués”: el por qué de la tanga de “Las Chicas Superpoderosas” que usó en Teotihuacan, el por qué de la colección de DVD´s de Cher, y finalmente, el por qué de su inicial problema de disfunción eréctil. Estando ya en casa de mis padres (que a esa hora ya estaba vacía por que la misa era a la una), las lágrimas despintaban mi cara. No sabía qué hacer. Estaba dispuesta a callarme. Pensaba en llegar a la Iglesia como si nada, pero si Gustavo no llegaba, sólo daría más de qué hablar en el pueblo. Y aunque no estaba “pedida” formalmente, sabía que tenía que casarme por que ya estaba más que “dada”. Además pensé en los gastos que ya se habían hecho y me arriesgaba a que me la partieran de nuevo. Cuando el reloj marcó la una y media, yo ya estaba desgreñada y quemando la colección de peluches que siempre sacaba del “caza-muñecos”, y que me venía a regalar para presumir su destreza. Busqué una mochila y escogiendo mi ropa al azar, me decidí a incorporarme a las filas del Sub-Comandante Marcos; él nos daría una oportunidad a mí y a mi hijo.

En eso tocaron la puerta. Era Gustavo quien venía dispuesto a convencerme. Insistía en su cuento del pacto y en que nos casáramos, en que yo era la mujer de su vida, que “nunca me había fallado ni lo volvería a hacer“(pendejo). Yo pensaba en que quizá “su problemita” se le quitaría con el tiempo, pero lo que no perdonaba era la infidelidad. Mi rival de amores era un hombre y eso no era fácil de olvidar.

Discutimos un largo rato. A mí me preocupaban los mixtotes: si nos casábamos, en el terreno de su tío no había dónde calentarlos. Al final volví a ponerme el vestido, me peiné con una diadema y salimos rumbo a la iglesia. Al pasar junto a un hotel me dijo:

- No pienses mal, pero sería bueno darnos un baño antes de casarnos, “pa´ oler bonito” –

La verdad es que estuve a punto de acceder por que mi aroma “trascendía”, pero pensé: “no mijito, si no estoy pendeja, ni creas que ya se me olvidaron tus mariconadas, ni tampoco soy puta para coger cuando te dé la gana.” Y le dije que no por que se hacía tarde.

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